Cada lugar que visitaba encontraba una historia más que escribir. No necesitaba muchos elementos para agregarle un inicio de batallas campales y gloriosas victorias; y requería de mucho menos aún, para terminarlas con actos románticamente empedernidos.
Ayer que no fue un día nada especial, en una tarde que no tuvo nada en particular, estaba volando por sobre la historia de un campo de batalla entre elfos, enanos y hombres.
A la hora siguiente de ese día poco especial de esa tarde sin nada en particular, continuó escribiendo historias de verdadera amistad, entre risas, bromas pesadas de gordos y pelones, y juegos de video.
Un poco más tarde de ese día nada especial, en una noche que tampoco había agregado mayor cosa, estaba escribiendo historias de éxito, con grandes casas, muchos carros y especialmente, mucha gente con una sonrisa de oreja a oreja en sus rostros.
Y así como vemos, cada momento de sus días poco especiales y sin nada interesante, tenían una historia guardada: historias de perdón y motivación, historias de esfuerzo y trabajo, historias de conocimiento y aprendizaje, historias de historias.
Pero siempre llegaba esa hora, de ese día, que lo ponía frente a esa mujer que representaba el personaje principal en sus historias de dolor, de rechazo, de corazones rotos, de dolor otra vez, de desesperación, de frustración, de rencor, de odio... y lamentablemente, también la dueña de la única historia que lo había hecho sentir vivo. La historia de ese día especial y maravilloso, lleno de todo lo hermoso que pudo haberlo llenado.
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